COMO CONTAR HISTORIAS


Roberto Hérnandez. Productor de RNV

 

Introducción

Cuántas veces has tenido una idea para un cuento, una novela, una película? ¿Llegaste a escribirlo? ¿Y qué te pareció el resultado? ¿Cuántas veces, siendo espectador o lector, has pensado "sí, sí, todo está muy bien, pero falla la historia"?
¿Qué tienen en común la literatura y el cine, el teatro y las series de televisión, el cómic y las radionovelas? Contar historias. Este curso es una aproximación al proceso de contar una historia. Cada lección podría ser a su vez otro curso completo, pero, sobre todo al principio, reforzar esta visión general es mucho más importante que entrar en detalles sobre las técnicas narrativas que se enseñan en la mayoría de los talleres o libros de escritura creativa. Dominar estos aspectos es importante, pero si falla lo principal que, al fin y al cabo, es contar una historia, todo nuestro trabajo no servirá de nada. Sería como construir una casa con materiales de primera calidad y todos los adelantos tecnológicos, pero cuyos cimientos fuesen de arena.
A la hora de contar una historia no existe una fórmula mágica que, una vez aprendida, nos garantice el éxito. La mayoría de los escritores-directores-guionistas dicen que su última novela-película-guión ha sido un reto y tienen razón. Por mucho que sigamos al pie de la letra las instrucciones para montar un mueble o una receta de cocina o los consejos de un amigo para enderezar nuestra vida; al final serán nuestro talento, nuestra pericia y nuestra perseverancia los que condicionen el resultado.
De estos tres ingredientes el único que es innato, y por lo tanto no se puede aprender ni incrementar, es el talento. Sin embargo, la pericia o técnica sí se puede desarrollar. Y la perseverancia, en el peor de los casos, dependerá de nosotros mismos y de nuestro tiempo libre.
Hay escritores que destacan por su genialidad o talento, incluso dicen ser autodidactas, pero hay una gran mayoría que no se avergüenza de reconocer a sus maestros o de mostrar sus limitaciones técnicas.
Si crees que la historia que escribiste se puede mejorar o nunca llegaste a escribirla porque pensaste que no merecía la pena, quizá te sirvan estos consejos. Son breves y prácticos. Sólo requieren algo de tiempo y reflexión. ¿Vamos 

De la idea al papel
La virtud principal del escritor es saber mirar. Dónde los demás no ven más que una señora cruzando la calle, un escritor puede encontrar la inspiración que necesitaba para salvar la historia que tiene entre manos. Pero no basta con mirar, hay que estar atento y prevenido.
¿Eres de los que llevan siempre a mano una libreta y algo para escribir? Si no es así, deberías empezar a hacerlo. Nabokov insistía en que es importante aprovechar ese momento de rapto. La mayoría de las veces, ese instante de inspiración no vuelve a repetirse. No vale con pensar "lo escribo cuando llegue a casa". Al llegar a casa, no queda rastro de aquella idea genial, como mucho un apunte, algo que podría haber sido y no fue, como un beso que no se ha dado.
Así que la próxima vez que pienses "aquí hay una historia", saca la libreta y anótalo. Escribe lo que ha sucedido o lo que has visto, déjate llevar, escribe, escribe todo lo que se te ocurra sin pensártelo dos veces. Por muy disparatadas que te parezcan las ideas; escríbelas, pregúntate "¿y si...?" y continúa con la escritura, no pares, hasta que estés agotado y no se te ocurra nada más. Entonces, detente y vuelve a mirar a tu alrededor, si no sabes cómo seguir, cierra la libreta y disfruta el instante. Ya habrá tiempo para trabajar ese texto.
He aquí un error muy habitual: llevados por la euforia, pedimos a alguien próximo a nosotros que lea lo que (creemos que) acabamos de terminar. ¿Tan seguro estás de haber conseguido lo que te proponías? ¿A la primera? La defensa más habitual es "así es como ha salido, por algo será", "si lo trabajo, pierde frescura". No conozco nadie que se dedique al oficio de contar historias que no las retrabaje antes de mostrarlas por primera vez, ni he leído biografía alguna en la que se afirme tal cosa. Es más, muchas veces los propios alumnos del taller de escritura que coordino, mientras leen sus textos en voz alta, se dan cuenta de sus propios errores y todo por no haberlo trabajado.
No te precipites: nunca cuentes una historia que no has trabajado porque puedes perder la oportunidad de volver a ser escuchado. Lo mejor es que lo dejes "dormir" un par de días o un par de meses (según tu paciencia). Cuando la vuelvas a leer, tu opinión, para bien o para mal, habrá cambiado. Pasado ese tiempo, si te sigue pareciendo tan interesante como cuando la escribiste, deberías continuar con el siguiente capítulo: Lo que no puede pasar. En el caso contrario, vuelve a dejarlo donde estaba. La papelera puede esperar.
Lo que no puede pasar
Ya tienes una historia. Estás convencido de que merece la pena. Aquella señora cruzando la calle ha despertado en ti recuerdos que dabas por perdidos y los has llevado al papel. Hoy has vuelto a leerlos y te has quedado tan sorprendido que has dudado que ese texto de verdad sea tuyo. Haciendo una metáfora: acabas de comprar el terreno donde edificar tu casa. Ahora empieza lo que llaman "el oficio del escritor" y cuyo objetivo final es asegurarte de que cada palabra utilizada es la que tiene que ser y no existe otra forma de combinarlas para conseguir lo que tú pretendes.
Pero antes de seguir, debes asegurarte de que tu texto no tiene: faltas de ortografía, errores gramaticales o de edición, cacofonías, palabras rebuscadas y/o tópicos.
Muchos escritores principiantes deciden dejar todos estos detalles para una "corrección final", pero el ojo humano se acaba acostumbrando a esos errores y termina por no verlos, además, al corregirlos una y otra vez, terminan por desaparecer. Un texto con erratas es como una película en la que vemos el micrófono o, imagínate, ¡una cámara! pierde todo su valor inmediatamente.
Como siempre hay excepciones. Puede suceder que nuestro personaje, o el lenguaje que estamos utilizando nos hagan utilizar la palabra "óbito" en lugar de "muerte", pero tiene que pedirlo el texto, no nuestras ganas de demostrar nuestra erudición o vocabulario.
Respecto a los tópicos, muchas veces, en la descripción de personajes, de espacios o de situaciones, y casi siempre cuando toda la historia es producto de nuestra imaginación, lo fácil es refugiarse en esos lugares comunes. Huye del mendigo que se dio cuenta de lo bella que era la vida al arruinarse.
Pero tu texto sí tiene que tener una presentación apropiada: doble espacio justificado, una sola cara, tamaño estándar DIN A4 y, si se trata de más de una hoja, grapados o encuadernados, con las páginas numeradas. Además, el título, el autor y la forma de contacto deben diferenciarse del resto fácilmente.

¿Qué quiero decir?
Hemos repasado el texto y nuestra historia ya no tiene faltas de ortografía, ni errores gramaticales. Hemos aniquilado cualquier rastro de cacofonías y su lectura en voz alta resulta fluida. La siguiente pregunta es ¿se entiende? No entremos en profundidades psicológicas, ni pensemos en paralelismos transcendentales. Vamos a analizar, sencillamente, si alguien que no sea al autor, entendería en una primera lectura lo que sucede en la historia que quiero contarle.
Tenemos que hacer un esfuerzo y ser sinceros con nosotros mismos. No se trata de si tal palabra es con "b" o con "v"; ¿qué sucede en mi historia? En todas las historias sucede algo, por mínimo que sea, algo tiene que pasar. Puede ser tan sencillo como despertarse y no encontrar un dinosaurio (El dinosaurio de Augusto Monterroso) o fantástico como despertarse convertido en un escarabajo gigante (La metamorfosis de Kafka). Pero no siempre somos capaces de explicarnos.
¿Cuántas veces hemos intentado contar una película a un amigo y nos hemos dado cuenta de que no nos entendía? Nosotros sí habíamos entendido la película, pero éramos incapaces de contarla. Con nuestra historia nos puede pasar lo mismo: puede que le falten situaciones, personajes, tramas, verbos, adjetivos. O peor: le sobran. O peor todavía: le sobran unos y le faltan otros. ¿Cómo solucionarlo?
La primera acción para solucionar un problema es encontrar el problema. En los siguientes capítulos analizaremos los aspectos principales de tu historia, repasaremos los errores más habituales y sus consecuencias. Y te ofreceremos una serie de consejos para que puedas corregirlos.
Para empezar, si de verdad se entiende tu historia, debería ser fácil para ti resumir lo que le sucede al protagonista en una línea, como máximo una y media. Cuando lo consigas, ya sabrás lo que estás contando. Anótalo en un papel a parte.
Una vez hecho esto, debes ir un poco más allá y explicar, en cinco líneas, toda la historia, esto quiere decir incluyendo lo que les sucede a los personajes secundarios. Anótalo a continuación del resumen de una línea y repásalo antes de continuar con el siguiente capítulo.
No te desanimes si no lo consigues a la primera, no es nada fácil. Puedes hacer la prueba pidiéndole a un amigo que te cuente una película que hayáis visto juntos. A lo mejor tu amigo deja de llamarte, pero es un buen ejercicio.

El tiempo es oro

Ahora que ya sabes lo que estás contando, llega el turno de una pregunta mucho más cruel: ¿por qué crees que tu historia es interesante para otros?, ¿qué tiene de especial? No hay nada peor para un contador de historias que, terminada su narración, el destinatario le mire impertérrito y le pregunte "¿Y?" De acuerdo que hay personas insensibles, pero lo que no puede haber es un contador de historias insensible o deshonesto.
Por ejemplo, si vas a contar un día en la vida de una mujer de clase media en la sociedad victoriana tendrás que, por lo menos, intentar hacerlo mejor que Virginia Woolf en este podría ser el resumen de una línea de la novela Mrs. Dalloway (Virginia Woolf, 1930)
Mrs. Dalloway. Con esto no quiero decir que no escribas más y te dediques a la contemplación de los Grandes Clásicos Universales, como apuntan algunos fundamentalistas, sino que tu historia tiene que tener la originalidad suficiente como para que alguien la quiera escuchar.
Siguiendo con Virginia Woolf y su Mrs. Dalloway de 1930 (adaptada al cine por Eileen Atkins, guión, y Marleen Gorris, dirección, en 1997), ¿conoces Las horas? Originalmente se trata de una novela (Michael Cunningham, 1998) que fue adaptada para el cine con guión de David Hare y dirección de Stephen Daldry en el año 2002. ¿Recuerdas qué contaba? Por si no la hubieses visto o no la recordases con nitidez, según la editorial Las Horas cuenta como "Una mañana de 1923, en un suburbio de Londres, Virginia Woolf se despierta con la idea que se convertirá en La señora Dalloway. En los años noventa, en Nueva York, Clarissa Vaughan compra flores para una fiesta en honor de Richard, un antiguo amigo enfermo de SIDA que ha recibido un importante premio literario. En 1949, Laura Brown, un ama de casa de Los Ángeles, prepara una tarta de cumpleaños para su marido con la ayuda de su hijo pequeño. Éstas son las tres mujeres, y los momentos de partida, de Las horas, una emotiva novela que se adentra en el mundo de Virginia Woolf con extremada sensibilidad e inteligencia. Al igual que la protagonista de su obra, los personajes se debaten entre la soledad, la desesperanza y el amor por la belleza y la vida hasta unirse en un trascendente final."
¿Te parece original? ¿Por qué alguien, setenta años después, se atreve a escribir la misma historia y, no contento con eso, es capaz de incluir el modelo original? A los que nos gusta la "nueva historia" nos parece un homenaje y nos encandila por la pericia del autor a la hora de transmitirnos su mensaje. Pericia que se pone de manifiesto a la hora de elegir la estructura, crear los personajes, darles vida delante de nuestros ojos y contárnoslo como si nada.
Vuelve a leer los resúmenes que has hecho y reflexiona sobre la originalidad de la historia que estás contando
 La trama

En toda historia, por mínima que sea, hay tres partes fundamentales: presentación, nudo y desenlace. Para que podamos entender tanto la trama principal como las subtramas es necesario, ineludible, que presentemos a los personajes y planteemos las reglas del juego. Posteriormente someteremos a esos personajes a algún tipo de prueba, de sufrimiento, de broma macabra que nos permita hacerles evolucionar y, al final, decidiremos si se casan o no, si nuestro protagonista muere o le perdonamos sus pecados. Parece sencillo, pero muchas veces nos equivocamos en las proporciones.
Repasa tu historia y marca donde crees que empiezan y acaban cada una de las partes. Una buena historia siempre guarda unas proporciones armónicas: la presentación "pesa" tanto como el desenlace, teniendo mayor extensión el nudo, aproximadamente el doble que las anteriores. Esto es sólo una aproximación que puede observarse fácilmente en cualquier película.
Los errores más comunes respecto a la trama son:
- un planteamiento demasiado largo que nos aburre.
- un desarrollo que carece de tensión. Lo ideal sería que el interés en saber cómo acaba la historia fuese creciendo y que, justo antes del desenlace, estuviese en su punto máximo. Pero ojo con los desenlaces precipitados. Además, los contadores de historias principiantes tienden a los finales dramáticos (la muerte del protagonista o la pérdida de una oportunidad que no volverá a presentarse) y sorpresivos. Leer ayuda a quitarse estos vicios.
- la falta de ritmo. Hay situaciones muy interesantes, seguidas de otras que causan tedio e indiferencia. Además, el receptor tiene la sensación de que esas situaciones no conducen a ningún sitio. Todo lo que sucede, tiene que suceder porque la historia lo necesita.
Una forma eficaz de controlar la trama y subtramas de nuestra historia es hacer una escaleta. Una escaleta es la enumeración de las escenas de nuestra historia desde su comienzo hasta el final. Es muy importante que diferencies entre personajes, subtramas de un mismo personaje... Puedes complicar la escaleta tanto como quieras porque cuanto más compleja la hagas, mayor compresión tendrás de tu historia. Eso sí, recuerda que aunque hagas una escaleta maravillosa, tu historia no tiene porque mejorar. Aunque los planos de tu casa los haya diseñado un gran arquitecto, eso no garantiza la ejecución de la obra.
Además, la escaleta sirve para examinar un relato ya escrito tanto como para crear uno nuevo. A algunos contadores de historias les resulta mucho más sencillo saber a dónde van, a otros no y hay algunos que se quejan de ser incapaces de seguir el esquema que se han trazado previamente, dicen que sus personajes toman vida propia y les obligan a cambiar la historia. ¿Cuál es el problema? Siempre tendrás una alternativa a la historia que estás escribiendo.
 Los personajes

Los personajes no son personas. Si has utilizado un modelo real para crear el protagonista de tu historia, has elegido bien, es un método rápido y que funciona, pero no te empeñes en que tu personaje actúe como lo haría su modelo en la vida real porque una historia no es la vida real. En el mejor de los casos, es la vida real reinterpretada por ti.
Tus personajes siempre tienen que tener algo especial, una cualidad que les hace singulares, pero que a la vez nos permite sentirnos identificados con ellos. Da igual que se trate de un personaje positivo o negativo; debe destacar del resto, pero cuidado: no es necesario que todos vuelen como Superman. Es el componente humano de Superman el que nos permite sentirnos identificados con él. Por muy fantástica que sea tu historia, los resortes de tus personajes, al final, están en lo más básico del ser humano. Y al revés: por muy realista que sea tu historia, con sólo describirle, tú ya estás extrayendo al personaje de esa masa difusa que le rodea, le estás haciendo especial.
La motivación es la fuerza que hace moverse al personaje y con él toda la historia. Si en toda historia sucede algo, todo personaje tiene que transformarse durante la historia. Es decir, la historia cuenta la evolución de un personaje, puede ser una iniciación o una tarde aburrido en casa, pero al final de la historia, el protagonista ya no es el mismo del principio.
Hacer hablar a tus personajes según sus circunstancias y características, escuchar en voz alta lo que se dicen y que parezca una conversación es la parte más complicada y más satisfactoria. Pero no hay que confundir escribir diálogos con transcribir una conversación. Cuando hablamos en la vida real utilizamos argot, localismos, incluso cambiamos la pronunciación de algunas palabras y la construcción de las frases en función de nuestro interlocutor y de la publicidad u otros elementos externos y caducos. Con un poco de suerte, nuestra historia perdurará en el tiempo por lo que tiene que ser comprensible aún fuera de nuestro entorno.
Para terminar, enumera tus personajes y cuéntalos. ¿Cuántos hay? ¿Cuáles son sus motivaciones? ¿Qué función cumplen en la historia? Si hay alguno que no cumple ninguna función, elimínalo; seguro que esa escena afloja la tensión del conjunto. ¿Hay algún personaje cuya función es similar a la de otro? Por ejemplo, ¿cuántos amigos tiene tu protagonista? ¿Los necesita?
Las situaciones

Para contar historias es imprescindible crear situaciones. Tú decides que la historia transcurra en un bar de carretera de comienzos de los ochenta en la España profunda o en una macrofiesta durante la Nochevieja del año mil novecientos noventa y nueve. Escribir es tomar decisiones y esas decisiones tienen consecuencias: aunque la trama y los personajes sean los mismos en las dos situaciones anteriores, la historia resultante será distinta.
¿Cómo sería tu historia cambiándole el marco espacial y temporal? ¿Recuerdas a la señora que cruzaba la calle? ¿Y si convertimos la calle en una autovía? ¿Sería esa situación igual hoy que hace 20 años?
Si hiciste la escaleta de tu historia, ahí tienes todas las situaciones que has planteado para su desarrollo. Piensa otras posibilidades. Ten en cuenta que las situaciones también deben responder al esquema: planteamiento, desarrollo y desenlace.
Por muy lineal que sea la historia siempre vas a omitir momentos (recuerda: escribir es decidir), aquellos que no te interesan para el desarrollo. Lo importante es que estos saltos se realicen de forma suave, sin dejar en el receptor la sensación de que le faltan datos o de que le ha sido omitido deliberadamente con la intención de generar una intriga. Esto último sería como si a un mago se le viera el truco.
Para terminar el repaso a las situaciones de tu historia es importante estimar el tiempo que transcurre desde la primera hasta la última. Y, si los hubiera, ubicar los saltos temporales. ¿Cómo los has solucionado? Además, si tu historia transcurre durante un largo periodo de tiempo, y tus personajes no son inmortales, deberían envejecer a medida que su alrededor cambia.

La reescritura

La forma más habitual de contar una historia es por escrito. Incluso en el cine, antes de que la película se realice, se emplea multitud de papel: tratamiento, sinopsis, escaleta... por lo que ahora que ya hemos repasado la trama, los personajes y las situaciones de la historia que queremos contar, es el momento de volver a sentarnos y rescribir toda la historia.
Ya vimos lo importante que era presentar un texto sin faltas de ortografía, pero, aunque se trate de un texto no literario, hay que ir un poco más allá. Nunca vendrá mal un juego de palabras o una metáfora. Piensa que los demás no tienen porque apreciar ese texto que les acabas de dar con tanta ilusión.
Utiliza una redacción sencilla, concisa y no retórica. En una primera lectura debería quedar claro lo que sucede en la historia. Sea o no un texto literario una redacción compleja siempre dificulta la lectura y puede hacer que "nos perdamos", que no sigamos la historia y que acabemos pensando en otra cosa. Se tiende a pensar: todos podemos escribir sujeto + verbo + predicado y para demostrar lo hábiles que somos, complicamos las oraciones.
Las frases geniales. ¿Por qué poner el sujeto al final de la frase? ¿Por qué utilizar una forma verbal compuesta? Tuve una profesora de escritura creativa que a la hora de corregir los textos que llevábamos, nos recomendaba tener siempre abiertos dos documentos de Word. Uno de ellos sería el texto que estaríamos trabajando y el otro se llamaría algo como "misfrasesgeniales.doc". Ahí iríamos pegando aquellas frases que nos parecen geniales, pero no se entienden.
No abuses de las figuras literarias. Utilízalas con mesura, intención y alevosía, pero nunca recargues el texto.
La reescritura es el proceso más duro. Consiste en corregir todos los errores que hemos ido detectando y volver a analizar el texto de nuevo. Suele pasar que, a cada lectura, volvemos a corregir. No te preocupes, es normal, aunque para algunos escritores llega a convertirse en una obsesión, un bucle infinito del que piensan que nunca van a salir. La reescritura también es la parte más frustrante para la mayoría de los escritores, aunque hay algunos que disfrutan con ella, la mayoría prefiere la parte de la creación pura. Hitchcock, por ejemplo, protestaba los días de rodaje. Decía que él ya había visto la película en su cabeza, pero acababa yendo.
Al final de la reescritura tienes que estar completamente seguro de que cada palabra de tu texto es la que es porque no puede ser otra. Volvamos al ejemplo de la señora cruzando la calle. ¿Señora? ¿Mujer? ¿Dama? ¿Fémina?
Los errores no tienen por qué serlo

El arte de contar historias, como todo arte, es subjetivo y nadie está en posesión de la verdad.
No existen las grandes películas o las grandes novelas, existen las grandes historias. La diferencia está en la forma elegida para su transmisión: el papel o el celuloide, la frecuencia modulada o la actuación en directo.
La herramienta básica de un contador de historias es saber mirar, pero la principal virtud tiene que ser la paciencia. Entre que escribes y rescribes debe pasar tiempo. Hasta que tu obra se materialice en forma de libro o de película, pueden transcurrir años. No desesperes, es una carrera de fondo, no un sprint.
La próxima vez que aparezca la inspiración tienes que estar preparado.
No se puede ser escritor, aún malo, sin ser un gran lector, igual pasa con el resto: no conozco guionista o director de cine que no vea películas. No digamos el teatro.
Una vez aprovechado el rapto inicial, viene la parte más importante y trabajosa: la reescritura. Cuanto más persistas, mejores serán esas primeras versiones.
Los errores no tienen porqué serlo. Hay historias maravillosas, tanto en la literatura como en el cine, que se construyen a partir de estas supuestas taras. Sin embargo, suelen ser obras geniales, únicas e irrepetibles. Puede que tu texto sea el próximo Ulises de Joyce, pero no te vendrá mal reflexionar sobre estos aspectos. Como mínimo, cuando alguien detecte dichos errores, ya tendrás preparada la defensa.
Nunca cuentes una historia que no has trabajado (a no ser que no tengas nada que decir y sea la oportunidad de tu vida). Si has trabajado y retrabajado otras historias, habrás desarrollado tu pericia y podrás improvisar mejor y sin que tu interlocutor lo note.
Si te piden consejo sobre una historia, empieza por ponerte en su lugar. Realiza una crítica constructiva, piensa que tu objetivo es ayudar a mejorarla, no destruirla.
Analiza, no critiques.

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